8 de febrero de 2009

Pitágoras, quizá el vegetariano activista más antiguo

Pitágoras, filósofo y matemático griego, vivió en el siglo VI a.C. Él creía en la transmigración de almas que pregonaba el orfismo, según el cual el alma se reencarna en humanos o animales hasta conseguir un estado de purificación que permite que ésta quede liberada del cuerpo, considerado una cárcel. De lo que se deriva el precepto de no derramar sangre humana o animal, ya que también en cuerpos animales puede latir un alma humana. Pitágoras influenciado por estas doctrinas impuso una dieta vegetariana a todos los miembros de su escuela. La causa de su vegetarianismo suena algo egoísta pero los “casi contemporáneos” a él le caracterizan como una especie de defensor de los derechos animales: Ovidio en su famosas Metamorfosis introduce en el Libro XV a Pitágoras, y pone en su boca un discurso con palabras de Ovidio pero ideas y pensamientos de Pitágoras:

(…)y él el primero que animales en las mesas
se pusieran rebatió, el primero también con tales palabras su boca,
docta ciertamente, liberó, pero no también creída:


«Cesad, mortales, de mancillar con festines sacrílegos
vuestros cuerpos. Hay cereales, hay, que bajan las ramas
de su peso, frutas, y henchidas en las vides, uvas,
hay hierbas dulces, hay lo que ablandarse a llama
y suavizarse pueda, y tampoco a vosotros del humor de la leche
se os priva, ni de las mieles aromantes a flor de tomillo.
Pródiga, de sus riquezas y alimentos tiernos la tierra
os provee, y manjares sin matanza y sangre os ofrece.
Con carne las fieras sedan sus ayunos, y no aun así todas,
puesto que el caballo, y los rebaños y manadas de la grama viven.
Mas aquellas que un natural tienen inmansueto y fiero,
de Armenia los tigres, y los iracundos leones,
y con los lobos los osos, de los festines con sangre se gozan.
Ay, qué gran crimen es en las vísceras vísceras esconder
y con un cuerpo ingerido engordar un ávido cuerpo,
y que un ser animado viva de la muerte de un ser animado.
¿Así que de entre tantas riquezas que la mejor de las madres,
la tierra, pare, nada a ti masticar con salvaje diente
te complace y las comisuras recordar de los Cíclopes,
y no, si no es perdiendo a otro, aplacar podrías
los ayunos de tu voraz y mal educado vientre?

Mas la vieja aquella edad, a la que, áurea, hicimos su nombre,
con crías de árbol y, las que la tierra alimenta, con las hierbas,
afortunada se le hizo y no mancilló su boca de sangre.
Entonces también las aves, seguras, movieron por el aire sus alas,
y la liebre impávida erraba en mitad de los campos
y no su credulidad al pez había suspendido del anzuelo.
Todas las cosas, sin insidias, y sin temer ningún fraude
y llenas de paz estaban. Después que un no útil autor
los víveres envidió, quien quiera que fuera él, de los leones,
y corpóreos festines sumergió en su ávido vientre,
hizo camino para el crimen, y por primera vez de la matanza de fieras
calentarse puede, manchado de sangre, el hierro
-y esto bastante hubiera sido-, y que los cuerpos que buscaban nuestra
perdición fueran enviados a la muerte, a salvo la piedad, confesemos:
pero cuanto dignos de ser dados a la muerte, tanto no de que se les comieran fueron.
Más lejos, desde ahí, la abominación llega, y la primera se considera
que víctima el cerdo mereció morir porque las semillas
con su combo hocico desenterrara y la esperanza interceptara del año.
Una vid al ser mordida, que el cabrío ha de ser inmolado del Baco vengador
junto a las aras, se dice. Mal les hizo su culpa a los dos.
¿Qué merecisteis las ovejas, plácido ganado y para guardar
a los hombres nacido, que lleváis plena en la ubre néctar,
que de blandos cobertores vuestras lanas nos ofrecéis
y que en vida más que con la muerte nos ayudáis?
¿Qué merecieron los bueyes, animal sin fraude ni engaños,
inocuo, simple, nacido para tolerar labores?
Ingrato es, solamente, y no del regalo de los granos digno,
el que pudo recién quitado el peso del curvo arado
al labrador inmolar suyo, el que, ése molido por la labor,
ése con el que tantas renovara el duro campo
cuantas veces diera cosechas, ese cuello tajó con la segur.
Y bastante no es que tal abominación se cometa: a los propios
dioses inscriben para ese crimen y el numen superior
con la matanza creen que disfruta de ese sufridor novillo.
La víctima, de tacha carente y prestantísima de hermosura,
pues el haber complacido mal le hace, de vendas conspicua y de oro,
es colocada ante las aras, y oye sin comprender al oficiante,
y que se imponen ve entre los cuernos de la frente suya,
los que cultivó, esos granos, y tajada, de su sangre los cuchillos
tiñe, previamente vistos quizás en la fluida onda.
En seguida, arrancadas de su viviente pecho sus entrañas
las inspeccionan y las mentes de los dioses escrutan en ellas.
Después -¿el hambre en el hombre tan grande es de los alimentos prohibidos?-
osáis comerlo, oh género mortal, lo cual suplico
no haced y a los consejos vuestros ánimos volved nuestros,
y cuando de las reses asesinadas deis sus miembros al paladar,
que coméis vosotros sabed, y sentid, a vuestros colonos.(…)1

1:http://es.wikisource.org/wiki/Las_metamorfosis:_Libro_XV

1 comentario:

Anónimo dijo...

genial!